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historia de una cultura desarraigada
historia de una cultura desarraigada
HISTORIA DE UNA CULTURA
En el caribe colombiano, al ritmo del vallenato, festejan los habitantes de Guacoche, un corregimiento proveniente de raíces afro que queda a 30 minutos de Valledupar. La historia de este territorio inicia con los asentamientos de los indios Chimilas, quienes se dieron cuenta que estas tierras eran una vía de comunicación entre los pueblos de Valledupar y La Guajira, incluso, el nombre de Guacoche, proviene de su vocablo que significa “aguas turbias”. Aunque ellos fueron los primeros en habitar Guacoche, con el tiempo los negros africanos llegaron a este territorio, desplazando a los indios e imponiendo sus costumbres y tradiciones.
Se dice que a finales de 1800 llegaron Higinia, Tomasa y Teresa Márquez, las primeras mujeres que poblaron este lugar y que hoy se convierten en ancestros de los guacocheros. Con ellas, también surgen las tradiciones que identifican a este territorio. La elaboración de la tinaja se convirtió en un símbolo de identidad para Guacoche, el moldeamiento del barro junto con la arena fina del río dan forma a la tinaja para luego ser comercializada por las mujeres, quienes son las máximas exponentes de este arte. Esta tradición, que ha pasado de generación en generación, se convirtió en una de las actividades económicas que sostuvo al pueblo; sin embargo, fue la agricultura su máxima fuente de riqueza.
En las tierras de Guacoche se cultivaba yuca, maíz, algodón, frijol, patilla y millo, alimentos que no solo eran comercializados, también eran compartidos entre la misma comunidad como gesto de la solidaridad que los caracterizaba. Este pueblo prometía gran desarrollo, pues su economía fue bastante próspera, además, el campesinado acostumbrado a labrar la tierra de sol a sol, mostraba el compromiso que tenían con su pueblo en busca de un crecimiento constante, incluso aquellas tierras que rodeaban a Guacoche pertenecían a estos agricultores pero con el pasar de los años las malas decisiones los despojaron de sus bienes, poco a poco los pedazos de suelo se los vendieron a los terratenientes quienes ahora son dueños del terreno.
Fue una economía favorable y un pueblo con ganas de lograr el progreso, incluso el gesto de hermandad que unía a Guacoche era lo que permitía que fuera próspero. Sus tradiciones fueron motivo de esa unión que marcaba a este territorio pues eran sinónimo de identidad, y así como las tinajas, misteriosos rezos y “menjurjes” a base de plantas, se unían a las costumbres que afianzaban a esta comunidad de raíces negras. Incluso, sus creencias en la madre tierra habían hecho que el río Cesar conservara un gran significado para este pueblo, convirtiéndose en un lugar de encuentro y de ocio. Anécdotas de sus habitantes reviven los momentos en que el sol iluminaba con fuerza y los guacocheros iban a bañarse al río hasta que llegara la tarde, junto a familiares y amigos disfrutaban de la calma que les producía este lugar, mientras apreciaban las hojas que caían al ser mecidas por el viento.
Aquellos fueron los momentos más alegres de Guacoche, cuando la tranquilidad y la armonía se respiraban en las calles del pueblo, cuando Guacoche no producía miedo, cuando sus habitantes se sentían esperanzados por lograr el desarrollo de su corregimiento. Este fue Guacoche antes de la llegada del 6 de abril de 1997, fecha en la que las que las ilusiones y los sueños de todos su habitantes, se derrumbaron cuando la violencia se asomó por primera vez a sus vidas.
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