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EL ACIAGO MEDIO DíA DE GUACOCHE

EL ACIAGO MEDIO DíA DE GUACOCHE

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Rastros y rostros arman la historia particular de Guacoche, un pueblo que, el 6 abril de 1997, empezó a vivir en carne propia una oleada de violencia por parte del grupo Autodefensas Unidas de Colombia. Ese día terminó con el eco fulminante de un disparo que acabó con la vida de “Miro” Quiroz.

 

Como ladrón en la noche, la maquinaria paramilitarista llegó a Guacoche desatando una tormenta de balas que hicieron blanco en dos de sus habitantes. La mañana apacible con la que comenzaba el domingo de abril de 1997, se convertiría en una jornada de terror para Guacoche. Ese día, los milicianos le mostraron a los guacocheros, a punta de plomo, la realidad de un país y una guerra que les era ajena.

Un poco después de las 10 de la mañana de aquel 6 de abril, Emma Churio escuchó el zumbido de un abejón como un anuncio escalofriante que alteraría su tranquilidad: “ese animal grande pasó y me pegó, y dije ¿qué pasa?, ¿ese animal por qué me pega?”, cuenta Emma con una leve sonrisa en su rostro que luego se desvanece. “Miro” Quiroz, esposo de Emma y líder de la comunidad, se paseaba por el patio de su casa. En su mano derecha sostenía un vaso con jugo que su esposa le había servido luego de que él llegara de Valledupar con el mercado de la semana. Al instante, llegan dos de sus hijos con sus familias.

-Bueno hijos, ¿ahora vamos a jugar? –le dijo “Miro” a sus hijos.

-Sí padre –respondieron.

Emma corre hasta la puerta, interrumpe la conversación y añade:

-¡Miro!, sácame la cuenta porque yo no me puedo pasar –exclama, haciendo referencia a la minuta del restaurante escolar que ambos tenían a cargo en ese entonces.

-Mema tu sabes muy bien que yo no te hago quedar mal, yo te doy la plata, ¡tranquila!

“¿Por qué no se quedó más tiempo hablando conmigo?, quizá no le hubiera pasado lo que le pasó”, expresa doña “Mema” -como es conocida en la comunidad- en un tono abrumador mientras que en los ángulos de sus ojos aparecen unas cuantas lágrimas; tal vez porque sintió que, al momento de él cruzar la puerta, le otorgó ventaja a la muerte.

El reloj marcaba la 1 de la tarde, afuera, el panorama parecía ser el de un día como cualquier otro. El sol ya reinaba en el cielo. Al fondo, predominaba un murmullo perpetuo de quienes en las sombras de sus casas dialogaban mientras jugaban parqués, barajas, ajedrez o dominó. Sin embargo, por las calles polvorosas se empezaron a oír pasos fuertes e intimidantes que hacían suponer que trataba de un grupo numerosos de hombres.

No pasó mucho tiempo para que las puertas de las casas de los guacocheros se abrieran y se descubrieran a hombres que fuertemente empuñaban poderosas armas. De casa en casa fueron sacando a los habitantes de sus hogares hasta reunirlos a todos en la plaza principal. Lo que ocurrió después fue tan rápido. No hubo tiempo de que los guacocheros cambiaran su destino y ni muchos menos el futuro del líder Argemiro Quiroz. 

La mala hora

Cuando Argemiro Quiroz sintió la presencia del grupo armado, no pensó en esconderse, tampoco en huir y mucho menos en defenderse porque en su conciencia no existía un pensamiento errado que pusiera en cuestionamiento su liderazgo. Siguiendo sus razonamientos, Argemiro le dio paso a un destino fatal. “De inocente, Argemiro salió a mirar y saber qué era lo que sucedía, y resultó convirtiéndose en el blanco de ellos”, cuenta “Mema” con una voz un poco abrumadora.

En la brisa se sentía el desasosiego de los habitantes. Su líder había sido brutalmente tomado de los brazos y puesto al frente de toda su comunidad, custodiado por los paramilitares que, con sus uniformes de guerra y su comportamiento agresivo, buscaban imponer sus fuerzas como amos y dueños de Guacoche.

Como si el destino anunciara el inicio de días trágicos, los rayos de sol se fueron convirtiendo en penumbra, las nubes tomaron el protagonismo en el cielo y los pájaros dejaron de recitar sus cantos. Algo estaba por suceder. “Los paramilitares ya conocían la labor que ejercía “Miro” aquí en la comunidad. Ya sabían quién era”, cuenta Walter Romero, primo de Don Argemiro. Tíos, hermanos, hijos, esposa y amigos de Argemiro presenciaban el acontecimiento

-Póngase de rodillas –le ordenó un miembro del grupo paramilitar a Argemiro.

-¡No señor!, denme parado que yo soy un hombre –recuerda Emma las palabras de Argemiro antes de morir.

El reloj marcó las 5:00 de la tarde. Ese día abominable para “Miro” comenzó y terminó con el eco fulminante y triste del disparo que recibió en su cabeza. En unísono se escucharon los lamentos de una comunidad humillada y destrozada que vio morir a su líder. Su cuerpo cayó. Ese día, su sangre tibia terminó de calentar el atardecer interrumpido. 

En ese instante, las pupilas de Emma no volvieron a ser las mismas. Tomó fuerza y coraje y levantó el cuerpo de su esposo. Ella misma recogió los sesos y la sangre; y con ayuda de sus familiares se llevó el cuerpo para su casa. No le importaron los protocolos de levantamiento de cuerpo, solo pensó en una despedida digna de un hombre que no merecía morir.

Desde ese momento supo que su destino y el de su familia iban a estar marcados para siempre con el sello imborrable de una violencia que dejó un mar de sangre, dolor e indignación. Guacoche, desde ese día, conoció en carne propia el dolor y la humillación de personas extrañas que aparecieron abruptamente una tarde apoderándose de su tranquilidad. Durante 10 años, no tuvieron el derecho de opinar, quejarse o preguntar. La única alternativa era la de bajar la cabeza y obedecer o, la de salir con rumbo incierto a otras ciudades que les eran ajenas.

 

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